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sábado, 10 de noviembre de 2012

UN DESAHUCIO



Llevaban tres años de novios y por fin consiguieron trabajo, un buen trabajo los dos. Poco a poco fueron ahorrando e imaginándose cómo podría ser su casa y su vida: un espacio lleno de amor, donde podrían criar y educar a sus hijos.
Les recibió el mismo director de la sucursal bancaria. No había problema para nada: Dos personas, dos trabajos, dos nóminas domiciliadas y un camino allanado hacia la felicidad.

Ellos sólo querían una casa digna, un espacio -ni siquiera excesivo- donde desarrollar su proyecto de vida.
El director les convenció para que mirasen una buena casa, dada su buena situación económica. Ellos insistían en un pequeño piso, accesible y viable por "lo que pudiera pasar". Pero el banquero les empezó a hablar de la magnifica marcha de la economía española, que si éramos el cuarto país de la comunidad europea en términos económicos, que si la trece o la catorce del mundo, que si el peybe...En definitiva, les convenció para que se compraran una casa de mayor valor. Por supuesto, harían un gran negocio, ya que su casa se revalorizaría en un plis plas. Con dos cojones.
Además de todo esto, y sin cargo alguno, les daría tarjetas de crédito del tipo "Plaster Card Titanio", tarjetas de débito y hasta a su madre si se la piden. Otrosí: no tiene nada que ver la elegancia y el desparrame de la urbanización "El mar en la meseta" con el piso de Getafe que habían ojeado primero. Nada que ver.
María daba los últimos retoques a su recién estrenado chalet adosado/pegado/pareado con un inmenso jardín de diecisiete metros cuadrados, donde, con imaginación, podrían instalar una barbacoa e invitar al mundo entero.
Pasó el tiempo y María quedó embarazada. Su gran ilusión: tener un hijo y además en un entorno tan agradable donde sólo podías ver un trocito de la sierra de Madrid o el edificio que habían construido delante de tu casa y que ahora te impedía ver el trocito de mar que antes veías ¿La verdad es que no me acuerdo dónde estaba construída la casa?
A los pocos meses los intereses de la hipoteca subieron, cosa del euribor les dijo el director del banco. No hay problema -nunca había problema-, debe ser algo coyuntural y muy pasajero. Ricardo y María se quedaron un poco mosqueados. La realidad es que los intereses habían subido un cojón de obispo. Habría que hacer algunos recortes -no muchos- en la economía doméstica y esperar a que la coyuntura -como les decía su director de banco- cambiara a mejor.
Un buen día, o un mal día, María fue como siempre a trabajar. Según se iba acercando a la puerta de su empresa empezó a ver algo extraño: todos sus compañeros estaban en la calle con pancartas y dando voces:

-¿Qué pasa? -preguntó María a los que allí estaban congregados.
-Los administradores nos han comunicado que el gerente ha desaparecido con la pasta y se encuentra en paradero desconocido -le dijo un enterado.
-Entonces, ¿qué va a pasar ahora?
-Chata, que nos hemos quedado en la calle.

María volvió a coger el autobús de vuelta a casa. Cuando llegó le extrañó que el coche de su marido estuviera a esas horas en casa. Abrió la puerta y se encontró a Ricardo mirando la televisión y con los ojos enrojecidos de rabia, o de dolor, o de tristeza, o de todo junto.

-María, esta mañana me han despedido. Me han dado el finiquito y me han arreglado los papeles del paro...

María recordará toda su vida la mañana en que su marido y ella fueron despedidos.
Los meses fueron pasando y de una situación boyante en España se pasó a una situación desesperada. Y con ella, todas las familias que habían confiado en el director de su sucursal.
El teléfono no dejaba de sonar. El antaño amable director de banco se había convertido en un maleducado y en un tiburón que sabía el final de sus víctimas. Los requirió varias veces al pago de los recibos, pero a Ricardo y María ya se le habían acabado los recursos, el dinero y la ilusión.

Un día recibió una carta del juzgado comunicando que en setenta y dos horas tenían que desalojar el maravilloso chalet adosado/pegado/pareado. Ricardo y María se miraron y sin pronunciar palabra, cogidos de la mano, salieron de su no-casa y se dirigieron al maldito banco que había truncado sus vidas. Mandaron a todo el mundo que se fuera de allí, a excepción del director. Cerraron la puerta de la sucursal. Ordenaron al director que se quedara sentado en su cómodo sillón de cuero. María sacó de su bolso un rollo de cinta americana e inmovilizó al director en el sillón. Ricardo sacó las tarjetas, el requerimiento judicial y una foto de la casita y se los estampó en la boca del director. María empezó a rociar la oficina de gasolina y acto seguido hizo los mismo con el banquero. Una vez que completaron todo, se sentaron y se dispusieron a fumarse un cigarrillo ante la mirada aterrorizada del director.

-Cariño -le dijo María a Ricardo-, por fin vamos a encender nuestra primera barbacoa...

El barrio de chalets pareados/adosado/pegados se iluminó como si fueran las hogueras de San Juan...