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miércoles, 18 de junio de 2014

EL SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO


       Estamos en pleno verano. Al final de la tarde se adivinaba que la noche sería impracticable para dormir. De todas formas me acosté y comencé mi personal vía crucis hacia la inconsciencia consciente de mi conciencia. Pero sabía que era una batalla perdida de antemano, no llegó el sueño ni los sueños que tanto necesitaba.
 
       Notaba cómo mi espalda poco a poco se humedecía de un sudor al que no había invitado. Una vuelta, otra vuelta, todas las vueltas. En ese momento me vino a la memoria que en la noche de Reyes, me era imposible dormir esperando los regalos que había pedido previamente por carta, una carta adornada con motivos navideños, que no tenía sello y que no sé cómo demonios llegaría a sus destinatarios. Otro sueño roto.
 
       Me incorporé, la sábana se incorporó conmigo pegada a mi espalda. Desagradable. Afuera había una riña de gatos disputándose a una gata escurridiza. Pero hubo ganador -y ganadora-. Giré mi cuerpo y me quedé sentado al borde de la cama. Necesitaba saber cuál de los dos gatos había ganado su trofeo. Asombroso, otro gato, escuálido, curtido en mil batallas y sin sacar una sola uña se había camelado a la gata cachonda y se la llevaba a merendar chocolate con churros -y lo que surgiese-. Ver para creer. Mejor no.
 
       Me asomo a la ventana y apoyo mis codos en el alféizar. ¡Niño, los codos no se ponen encima de la mesa! Es igual, ahora no me ve nadie. Nunca me ve nadie. Ni siquiera tengo reflejo en el espejo. Tengo los codos desollados de apoyarlos tantas veces en la mesa y en los alféizares de las ventanas de mis noches en vela. De apoyarlos contra las sábanas mientras hacíamos el amor y teníamos como espectadores a unos gatos callejeros que pasaban por ahí. Son curiosos estos humanos, antes de copular no pelean, le quitan toda la gracia al acto. No sé dónde vamos a llegar. Vámonos.
 
       Pasan coches con las ventanillas abiertas y con la música a toda hostia. No tengo suerte, es bacalao. Si pasara alguno con un cedé de Mhaler... La muerte en Venecia. El Lido. Carabanchel. Ya no hay cárcel. Dirijo mi mirada hacia el horizonte oscuro -me da vergüenza mirar a las estrellas esta noche-, pero sólo veo el reflejo de la luna en el mar, perdón, quiero decir las luces de las farolas alumbrando las bellas calles asfaltadas, plagadas de sumideros que huelen a agua de rosas...
 
       Bajo la mirada, una pareja de viejecitos se están metiendo mano en el portal de enfrente, unos jóvenes pasan a su lado y les recriminan su descocada conducta. El viejo, peineta en mano, saluda al tendido. Los jóvenes escandalizados comentan que no saben dónde va a llegar este mundo y a continuación teclean, con el único dedo útil que les queda, un teléfono de treinta y dos pulgadas.
 
       Me apetece dar una vuelta con mi barca de vela por la plaza. No hace viento ninguno. Tendré que soplar un poco, me da miedo por si provoco un maremoto. Mejor lo dejo para otro día. Lo dejo para otro día u otra noche. Otra noche. Necesito noches, pero a tu lado.
 
       Sigo mirando la calle. Es un Broadway, pero a lo grande, nada que ver con la birria de los americanos. Ellos no saben hacer tortilla de patatas. Los alemanes tampoco. Yo sí. Unos chicos hacen gastronomía creativa con una cocina portátil -ya no se lleva hacer botellón, además multan-. Los platos que preparan sólo son visibles con microscopio electrónico. Deben de estar muy buenos porque se les está poniendo cara de gilipollas. Me gustaría probar su cocina creativa y regarla con un buen vino o con una buena manguera. Aquí no llega, la manga riega. ¡Joder si llegaba!
 
       Se me va quitando la vergüenza y alzo mi mirada hacia las estrellas. Inundan de luz mi habitación y crean sombras con vida propia. Negra sombra que me asombras. Te necesito Rosalía. Te necesito.Voy a refrescarme la cara. Asombroso, ya me reflejo en el espejo, ¡joder! si soy una cebra con rayas blanquiazules. Eso es que soy una cebra del Tenerife. Una vez ganó al Real Madrid y le hizo perder una liga. Luego la encontré yo en la pierna de mi amada y no se creía que no fuera de ella. Ver para creer. Mejor, no.
 
       No sé cómo, pero me acabo de despertar. He dormido y todo era un maldito sueño o ¿era un bendito sueño? La ventana abierta, los primeros rayos de sol inundan la estancia -creo que así empiezan muchas novelas y la mía también-. Ahora no hace calor, ahora da gusto remolonear hasta que me levante. Me doy la vuelta y mi cara y mi boca y mi todo está tocando una masa de pelo blanco. ¿Qué es esto? Poco a poco la masa de pelo blanco se gira y me mira con unos ojos que tienen pupilas elípticas. Además tiene una nariz sonrosada de la cual surgen a ambos lados uno largos bigotes, y más arriba unas orejas puntiagudas y un apéndice que juguetea.

       De un brinco me pongo de pié, quiero decir a cuatro patas, y doy gracias de que todo esto era una pesadilla. Doy gracias de que mi amada esté a mi lado y doy gracias de no ser una persona, sino un puto gato. Malditos sueños, malditas pesadillas... pero algo tiene Rosalía que me gusta...