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domingo, 17 de febrero de 2013

TRAFALGAR 2013


Veintiuno de octubre de mil ochocientos cinco. Aproximadamente, las doce de la mañana. Reina en España Carlos IV, mejor dicho, Godoy y Napoleón –o Napoleón y Godoy-. La escuadra combinada franco-española, después de estar navegando con rumbo sudeste, recibe la orden de Villeneuve de dar media vuelta y poner rumbo nordeste –para enfilar Cádiz, por si acaso-. Toda la línea de combate tiene que girar en redondo y guardar dicha línea, para evitar que los ingleses, que se acercan perpendicularmente y en dos líneas paralelas penetren y rompan la formación. Estrategia vanguardista y muy valiente, ya que hasta que no logren situarse a la popa de los buques enemigos, van a estar recibiendo hostias hasta en el dni. Y así es, las reciben; pero aguantan y ahora ya no están perpendiculares, sino que están abrasando las popas de los barcos que rebasan al cruzar la línea de combate.


 Los marinos ingleses en esa época, son verdaderos profesionales que además están motivados y con ganas de sangre. Entre el cincuenta y sesenta por ciento de los marinos españoles son producto de levas de apenas una semana, incluso menos; sinvergüenzas, ladrones, asesinos…vamos, lo mejor de lo mejor. Y además, sin haber pisado un buque de guerra en su puta vida, ni falta que les hacía. El resto son marinos reconocidos –funcionarios-. Y ahora viene lo bueno: llevaban la mayoría seis meses sin cobrar. Algunos, como Curruca, tenían que dar clases de matemáticas para poder subsistir; otros, incluso pusieron dinero de su bolsillo para pintar su propio navío. El resto de la dotación profesional, más o menos lo mismo; malas pagas, que además llegan tarde, mala comida, mejor dicho, bazofia y un cabreo en aumento porque saben que al día siguiente, las campanas de Cádiz tocarán a difuntos. Y eso que se ahorra la hacienda española que, entre pagas y atrasos, es un pico.      

La estrategia de Nelson funciona de puta madre: rompen las líneas franco-españolas, entre otras razones porque al virar de sur a norte toda la formación se descojona, porque para hacer esa maniobra hay que contar con marinos experimentados y porque el viento es el viento. Con el nuevo rumbo, la compactación de la línea de combate queda rota y los ingleses aprovechan esta circunstancia. La victoria se la ha servido en bandeja el franchute.

¿Y a qué viene todo esto? Viene a que en dos mil trece, la situación política y económica –salvando las distancias- es parecida a la de nuestro más oscuro pasado: corrupción política, prebendas, gobierno que acata órdenes de otro país –supuestamente amigo, como Francia en el siglo diecinueve- , desempleo, desesperación, recortes salvajes a los funcionarios, tristeza, desesperanza… Y a todo esto, personas decentes que todavía trabajan más de lo que el deber les obliga, sacrificios para los que tenemos la suerte de tener trabajo todavía y el túnel al que no se le ve la luz. Y todo esto viene porque por muchos cojones que le echemos a la situación actual, los políticos no saben una mierda de combatir, de luchar día a día, de frustrar a tus hijos, de no poder dar a las familias un poco de tranquilidad para su futuro. No, ellos saben de medrar, de discursear demagógicamente -¿Como yo?-, de mandar a sus hijos al extranjero a estudiar –que estudiar en España no abre puertas, de inventarse sistemas educativos catastróficos –según como venga el viento, joder, siempre el viento-, de utilizar la visa oro de la hacienda española, de la comilona de a cuatrocientos euros por barba, de recortar sueldos ya de por sí famélicos.

La derrota de Trafalgar fue el producto de las irresponsabilidades de los políticos, del recorte económico a la Armada cuando en la época estábamos sometidos a las aspiraciones hegemónicas de Napoleón. Fue el producto de los pactos a espaldas de un país empobrecido, que todavía decía para sí que tenía una Armada Invencible, cuando en realidad lo que tenía era el miedo a que una revolución a la francesa despojara de sus posesiones a los mismos de siempre: la nobleza y el clero.

La derrota del “Trafalgar” que ahora mismo estamos viviendo y sufriendo, no es más que el resultado lógico de la cadena de decisiones fallidas e incompetentes que tenían por objeto esconder a los ciudadanos de este país –a veces país de mierda- la realidad que se avecinaba. El caso era durar un poco más en el sillón y chupar y que chuparan todos los sinvergüenzas.

A veces creo que la misma consanguinidad que destruyó a la Casa de Austria y que se infiltró en los borbones, contaminó a la clase política. Haciendo de éstos, los mismos subnormales en los que se convirtieron aquéllos.

Voy a reproducir un comentario que hice en Facebook: Cuando se estaba redactando la Constitución de 1876 (reinado de Alfonso XII), los diputados estaban dando vueltas y más vueltas con la redacción del primer título de la misma: se tenía que definir constitucionalmente a los españoles. Como nadie se ponía de acuerdo, al final se dirigieron a Cánovas del Castillo para consultarle y poner fin a la discusión: "¿Don Antonio, qué es para usted ser español?” y Cánovas respondió: "Son españoles los que no pueden ser otra cosa".


Dedicado a los que no se rinden por conseguir sus sueños, por mucho corrupto que se empeñe en destruirlos. El mío, desde luego, no lo va a destruir nadie.