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martes, 27 de marzo de 2012

MI BAR ¡¡¡QUÉ LUGAR!!! (CERRAMOS LOS MIÉRCOLES PARA AMAR)

Tengo un bar muy peculiar, en él se dan cita los personajes más estrambóticos, las personas más raras, las parejas más extrañas. En realidad es una muestra de nuestra enloquecida sociedad.

Este bar (para ser sinceros es un tugurio) es el proyecto de una ilusión de juventud, un sueño roto por no compartir sueños: hoy ha quedado en el olvido su razón de ser, ya ni me acuerdo del sueño y seguramente no me quiero acordar…

Decía que es un tugurio, un antro, un sitio de pinturas desvaídas y luces tenebrosas. Un lugar donde no se distinguen las buenas de las malas intenciones. Es un buen lugar para soñar (aunque parezca contradictorio), un buen lugar para morir, un sitio idóneo para amar y todavía mejor para desamar.



Hoy soy un poco más viejo y un poco más joven y miro con desdén las mesas desde mi posición privilegiada: en ellas veo los mismos problemas de siempre pero disfrazados de nuevas caras. Me pregunto cuántas caras tengo en mi memoria y cuántas me quedan por ver. Cuántos problemas se solucionarán y cuántos se aplazarán alrededor de unos cafés, unas copas o unos aperitivos grasientos.

La ceremonia es la de siempre, los parroquianos son los de siempre: en la barra está apoyado un borracho y ahora no recuerdo si es que está enquistado en mi bar o simplemente renueva su borrachera día tras día. Nunca me atrevo a preguntarle el porqué de su estado, alguna vez me dijeron que cuando era joven se enamoró perdidamente de una mujer y ésta a su vez le amo con todas sus fuerzas, pero el extraño destino los separó y el borrachín nunca más supo de ella. Desde entonces ahoga sus penas en el alcohol que yo gustosamente le sirvo, a la espera de que se produzca el milagro que nunca sucederá (o sí).


Tengo unas cuantas mesas en mi bar, algunas están llenas de corazones pintados por personas que se prometieron amor; otras están llenas de corazones tachados de parejas que ya no se volverán a amar; muchas tienen los nombres de esas parejas, otras tienen insultos hacia las personas que una vez se amaron, pero todas mis mesas han escuchado el sonido del amor eterno. Yo he sido testigo de ello.

Es curioso, siendo un antro de mala muerte, el local se llena diariamente, es como si las personas huyeran de los sitios de dudoso diseño y sólo fueran capaces de decir lo que sienten a la luz de unas bombillas de escasa luz y de abundante mugre. Por ejemplo, a mi derecha tengo una mesa ocupada por un incauto que se atrevió a pedir dinero al mafiosillo del barrio. Hoy tenía que devolver lo prestado (evidentemente con la usura acostumbrada) y no trae ni una puta peseta. El prestamista le mira con regocijo y entre dientes le susurra que si el próximo día no trae toda la pasta se las va a ver con el objeto que esconde bajo la chaqueta. Esta escena ya me la conozco y el facineroso en realidad lo que guarda es una pistola de juguete para amedrentar al personal. El pobre diablo (me refiero al prestamista) está casi arruinado de tanto prestar dinero y no recibir lo prestado. Yo creo que en realidad es un buen hombre que se dedica a sacar de apuros a padres y madres que no llegan a final de mes…


Un poco más allá tengo una pareja de tortolitos. Es la primera vez que los veo: ella debe tener quince años y él no más de dieciocho. Los observo desde hace rato y no han movido los labios para nada, se deben estar diciendo que se aman con los ojos. Pienso que es una mala estrategia y que se arrepentirán de no decirse lo mucho que se aman. Conozco los silencios y éstos los suelo romper yo preguntando un “¿Qué va a tomar? ¡Que aquí se viene a beber y si no ahí está la puerta!”. La verdad es que los acojono un poco, pero es la única manera que tengo para que empiecen a mover los labios, pidan la consumición y rompan el maldito hielo de su proyecto de amor. Enseguida se sonríen y sus manos se unen como si se aliaran para derrotar al maldito y antipático camarero del bar. Sin embargo, yo pienso que he conseguido mi objetivo.

Otras veces las mesas están ocupadas por parejas a punto de romper. En estos casos no me suelo entrometer y no despliego ningún plan para la reconciliación. Siempre me ha llamado la atención el comienzo de las explicaciones para la ruptura y el final de las mismas. La pareja de hoy viene después de haber cenado en un restaurante de moda (parece que la mujer no se atrevió a romper mientras cenaban en ese restaurante con tanto glamour) y han llegado hasta aquí. No oigo la conversación, pero veo cómo al hombre le ha cambiado la cara sonriente que traía por otra dibujada de tristeza y dolor. La mujer seria, pero por encima de las circunstancias. Ella le ha tirado la alianza y parece que le está relatando una lista de reproches interminable; él mira al vacío, sus ojos están llenos de nada y llenos de lágrimas. No sé las veces que he visto la escena y nunca me acostumbro. Pero la pauta es siempre la misma: uno u otro es quien pone fin y el que habla, el que maneja la situación. El escuchante es el que no se espera lo que va a acontecer y se va aterrorizando por momentos.


Es curioso cómo las mesas de mi bar parece que tienen asignada el tipo de pareja que se van a sentar: las de las rupturas, las de los primeros amores, las que reafirman su amor, las que se han aburrido del amor…

De frente a mí tengo a una pareja que hace tiempo viene por aquí. Al principio no sabía qué es lo que pasaba, pero a medida que las visitas se sucedían caí en la cuenta que esta pareja estaba en el grupo de los matrimonios aburridos. Si yo hablaba, ellos trataban de intervenir en la conversación; si alguien levantaba la voz comentaban lo sucedido, pero nunca hablaban entre ellos. Nunca se miraban, nunca reían, nunca se besaban, nunca se tocaban. Parecía que estaban esperando un tren que les devolviera al inicio de su relación. Y el tren ya no volvería, esta vida sólo tiene marcha hacia adelante (incluso a alta velocidad). La vida se les consumía y el amor huyó de ellos hace tiempo. Tarde tras tarde esperan en mi bar el tren que les devuelva la vida y yo no me atrevo a decirles que el tren partió hace tiempo…

El borracho de la barra me pide más alcohol y aunque está rematadamente borracho no me queda más remedio que servirle otra copa. Trata de contarme por enésima vez que en los buenos tiempos estuvo enamorado de una mujer maravillosa…y yo le corto el discurso sirviéndole una vez más el brebaje que le devolverá a la única realidad que puede soportar. Me mira y veo en sus ojos la tristeza de quien amó por encima de sus posibilidades.


Un poco más allá hay una mesa ocupada por una pareja de casados hace tiempo. Me alegra la vista y me siento reconfortado cuando los veo: me hace creer que el amor, la pasión, la complicidad, la confianza puede perdurar a lo largo de los años. Si no fuera porque los cabellos de ambos se empiezan a pintar de blanco diría que son un par de adolescentes que se besan a hurtadillas, mirando a un lado y a otro tratando de no ser descubiertos. En realidad todo el mundo tiene fijada la mirada en ellos. Porque están llenos de envidia.


Creía que conocía a todo el mundo que pasaba por mi bar; resulta que no. Tengo una mesa ocupada por un par de personas que desconozco qué pintan ahí. El otro día la curiosidad me pudo y no tuve más remedio que escuchar su conversación:

Ella: Llevo amándote toda la vida, por ti he sufrido, llorado, me he muerto de rabia...
Él: Creí que no me amabas y en lo único que pensaba era en mi autodestrucción...y casi lo consigo.
Ella: Ahora soy feliz...pero...
Él: ¿Pero?
Ella: Pero me faltas tú.
Él: Tú me has faltado siempre. En mi corazón hay un sitio reservado para ti, en realidad todo mi corazón es tuyo.
Ella: ¿Pero ahora qué se puede hacer?, puede que sea demasiado tarde...
Él: ¡No! Me niego a perderte de nuevo, esta vez no lo resistiría. No sé cómo, no sé cuándo, pero sé que nuestras manos volverán a entrelazarse, que nuestros besos serán siempre el primer beso, que te haré feliz por encima de cualquier circunstancia, que veremos muchas puestas de sol desde la ventana de nuestra habitación y que tendré que competir con el sol para que sientas la luz de mis ojos.
Ella: Necesito hacerte feliz, necesito que sientas cómo me acerco a tu corazón y lo beso una y mil veces. 
Él: Necesito decirte que te amo de un millón de formas diferentes.
Ella: Necesito oirlo de un millón de formas diferentes. Te amo mi amor...

Creo que se ha notado demasiado que estaba escuchando, aunque a ellos no les ha importado, es más, mis ojos han empezado a enrojecerse y a llenarse de lágrimas...y la mujer me ha dado un pañuelo con unas iniciales bordadas. Las lágrimas no me dejan ver las iniciales y sólo veo el dibujo de un tren. 


Más mesas, más parejas, más relaciones. Distancias cortas y largas. Peleas sangrientas que supuran odio, amor, desamor, incomunicación. Todo es posible en mi bar, en mi antro, en mi universo. Relaciones infinitas que destilan vida y muerte, que proyectan nuestra sombra de lo que fuimos, somos y seremos.

¿Y tú en qué mesa estás?

miércoles, 21 de marzo de 2012

UNA BODA CELTA

Eran unos niños, se conocieron en un bosque cercano a su aldea en la fiesta del solsticio de verano. El sol ya caía directamente sobre el Trópico de Cáncer y los días habían llegado al cénit de su duración, era el apogeo de la vida y de la luz. Las noches tenían una temperatura amable y hasta la luna, a la que tanto pedían –y ésta parece que concedía- hacía esfuerzos para no sentirse arrinconada por los rayos que inminentemente la atravesarían. Otro día iba a surgir; de nuevo la luz vencía a la oscuridad y la vida era rescatada de las sombras.

Sólo hizo falta una mirada para que sus corazones ya no pudieran separarse jamás. Sloan tenía quince años; Kenyon, dieciocho. Lo habían decidido: sus vidas estarían unidas para siempre.

Sloan siguió el ritual celta de la elección de su amado y de entre los hombres surgió la figura de Kenyon. El resultado se sabía de antemano y él sonrió al resto de sus compañeros congregados en el círculo. Nunca había sorpresas: la mujer elegía y los hombres sabían quien iba a ser elegido, pero el pueblo Celta se empeñaba en mostrar al mundo que era la mujer el principio y el final de la naturaleza, del universo y de la armonía.

El druida comenzó los preparativos de la boda e insto a los novios a hacer partícipe al pueblo de la decisión de unir sus almas para toda la eternidad.

Ella bordaría un pañuelo con una simple flor, que entregaría a su esposo y éste debía pensar en sus votos. Lo que dijera en esa ceremonia no quedaría escrito, pero sí quedaría en la memoria de todos los asistentes, en especial de Sloan. Era el valor de la palabra pronunciada con el corazón. Aquí no existían razones, eso quedaba para la guerra, aquí sólo había amor.

En el día fijado se dirigieron al lugar donde se celebraría la ceremonia. Era costumbre realizarla en algún castro donde la naturaleza envolviera de magia a los contrayentes, pero en esta ocasión ellos pidieron realizarla en una playa de finísima arena, flanqueada a un lado por verdes bosques y al otro por la inmensidad del océano. El druida no puso ninguna objeción, bendijo el sitio y comprendió que el amor de ambos jóvenes sólo podría forjarse en un atardecer donde antes Belenos había difuminado de luz la vida, las almas y la tierra.          

Se dirigieron directos a un círculo bordeado de pétalos de rosas, les esperaba el anciano de barba poderosa y ojos brillantes. Cruzaron el círculo y cruzaron sus miradas. El druida les indicó que durante el rito no podrían desviar la mirada el uno del otro, pues sólo así sabrían que las palabras que iban a surgir en ese acto eran producto del amor de sus corazones o de la razón de su mente y justo en ese momento tendrían que decidir si caminarían eternamente, o allí mismo se darían la espalda.

Con energía pero con la dulzura que da la experiencia de la vida, el druida pidió (casi ordenó) a Sloan y a Kenyon que entrelazaran sus manos. Acto seguido el viejo ató con una cuerda tejida de mil hilos procedentes de otras tantas cuerdas, las muñecas de ambos.  

El viejo de barba blanca empezó a hablar, y les dijo que nada de esto tenía sentido si esta boda no la presidía el amor. Que su boda no era sólo la unión de dos personas, que era la unión del hombre con la naturaleza, a la cual se le debe todo y todo nos da.

A los jóvenes les indicó que era el momento de decir sus votos. Empezó Kenyon:

“Es en nuestra juventud donde los dioses han querido que compartamos una nueva vida, pero ellos no son nada comparados con el amor que deseo darte, con la felicidad que necesito que sientas, con la ilusión de que nuestro símbolo infinito lo sobrepasemos y podamos despertar en un mundo donde nuestro amor se haga imprescindible como el aire que ahora respiramos. Y seguro que vendrán días oscuros, pero dos corazones es lo único que necesitamos para vencer a la tristeza si es que ésta se atreve siquiera ensombrecer nuestras vidas. Te amo Sloan, y juro que defenderé con mi vida el amor que siento por ti”

Prosiguió Sloan:

“Es ante la inmensidad del mar y ante la grandiosidad de la naturaleza que juro que te amaré hasta que sientas que parte de mí misma está fundida en ti. Que mi amor va más allá de lo que los hombres puedan imaginar, que mi vida la pongo en tus manos, las mismas que ahora me estrechan y de las que no quiero separarme jamás. Seremos felices incluso en los días grises y daremos un nuevo significado al amor. Necesito sentirte, amarte más allá de la comprensión de las personas”.

Entonces el druida desató la cuerda que ataba a los jóvenes y les hizo intercambiar sus anillos con el símbolo del infinito grabado y que significaba que su amor era interminable.



Se besaron largamente y aunque ya habían experimentado y rozado sus labios, para ellos era su primer beso de una serie interminable de primeros besos.   

Los asistentes entraron en el círculo y la noche los envolvió de luz. Miles de estrellas fugaces surcaban el cielo y todos pronunciaban sus deseos. Sloan y Kenyon también pidieron un deseo: Que nuestro amor vaya más allá de la eternidad.