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jueves, 29 de noviembre de 2012

AMOR, RUTINAS, SORPRESAS Y LO QUE YA NO SE PUEDE ARREGLAR

 
       ¿Qué más se puede decir del amor que no se haya dicho ya? ¿Caer en los tópicos? ¿Abundar en poesías? ¿Analizarlo biológicamente? ¿Estudiarlo psicológicamente?

        Lo peor –o lo mejor- es que es un sentimiento incontrolable. No hay manera de domesticar algo que se niega a dejar de ser salvaje, se puede gestionar de forma madura, pero la realidad es otra: lo acallas, lo escondes y al final vuelve a surgir en un momento de tu vida, en el cual reflexionas si lo que has vivido hasta ese momento, no era más que un bello espejismo que se desvanece a medida que avanzas en tu vida. Y precisamente por esto, a todos los que lo sentimos nos arrasa el alma. La sensación es inigualable, no hay elemento de la naturaleza que tenga tanta fuerza como el amor. Ni las personas con gran sensatez, o con una cultura apabullante, o con un dominio de sí mismos pueden imaginarse el efecto que el amor va a dejar en sus vidas. Porque una vez que te aprisiona ya nada será igual. Si, además, es un amor que has sentido y vivido en un espacio temporal en el que no comprendías –y por ello estabas atemorizado- su fuerza titánica, todo me hace sospechar que por mucho que quieras olvidar el impacto de su sentimiento, el amor te expone a la dulce condena de entenderlo, vivirlo y manifestarlo con todas sus consecuencias, sea en el momento que sea.

         El problema viene porque resulta que cuando estás más preparado para vivir la vida que tienes –si es que es la que deseabas-, te das cuenta que sobre tu espalda has echado muchos compromisos, muchas fotos, mucho navegar sin descubrir nada y, finalmente, mucha rutina. Y entonces paras. Te das cuenta que sí, que has vivido, que has mejorado profesionalmente, que te has superado culturalmente, pero que no tienes lo más importante… Caes en la cuenta de que la rutina se ha instalado en tu vida y que finalmente, por mucho que quieras negártelo a ti mismo, la pasión del amor ha desaparecido. Sí, queda el recuerdo del amor, pero lo que tienes en la actualidad es simplemente el cariño, que no es otra cosa que la costumbre de la convivencia.
 
      Tratas de arreglar las cosas, tratas de volver a sorprender, tratas de hacer lo que nunca te imaginaste que ibas a ser capaz de hacer…y ya es tarde. Por mucho que te esfuerzas, tu amor se ha convertido en un animal domado. La fuerza se ha disipado. Y te enfureces, porque no entiendes que tú, tan cojonudo como eras y tan seguro de ti mismo, precisamente el amor se ha burlado de ti.

       Y tengo que volver a preguntarme lo mismo: ¿Qué es el amor? Puede que sea como escribir un libro: al principio tienes que impactar para enganchar al lector. Una vez que has conseguido atraer la atención del lector, tienes que ser honesto e imaginativo y mantener dicha atención. Con cada página que escribes tienes que reinventarte -ahora está muy de moda reinventarse-, sorprender, dar giros inesperados. Llegas al nudo de la historia y el lector no puede dejar de leer lo que escribes, porque se siente transportado a la realidad que plasmas en cada hoja. Tú mismo reconoces que te gusta lo que escribes y además, el lector da señales estusiastas de tu historia. Ya los has conseguido; has contado con maestría una historia; tu historia, y sabes que el desenlace va a ser todavía mejor porque con cada página que escribes te superas. A estas alturas, el lector no es que esté deseando terminar de leer, sino que no quiere que se acabe la historia que tú has escrito.

     Puede que el amor sea un poco así: un misterio que nunca acaba, que te sorprende en cada etapa de tu vida y que sorprende y emociona al ser amado.

    Ahora imagínate el mismo libro: lo comienzas magistralmente, captas la atención del lector y éste empieza a leer. Pero resulta que las páginas que se van sucediendo sólo describen paisajes, personajes y situaciones, que por sí mismas son interesantes, pero que se repiten en casi todas las páginas de tu libro. Entonces, el lector, que además es propietario de tu libro, se da cuenta que lo que lee es una rutina inacabable. Y por fin, no quiere seguir leyendo ese libro, porque era simplemente un fuego de artificio, muy bello, pero siempre con el mismo color.

     Puede ocurrir, sin embargo, que el lector encuentre ese viejo libro que dejó sin terminar de leer en su juventud y que ahora, cuando hojea sus páginas, comprende que ése era el libro que tenía haber leído por entero.

     Lo cierto es que el amor nunca olvida una cara y si por algo se caracteriza es por su persistente memoria y por su indomable forma de ser. Nadie escapa a su poder y nadie es culpable de sentirlo. Lo único que se puede hacer, es nada. O a lo mejor sí: puedes seguir engañándote a ti mismo.