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miércoles, 13 de noviembre de 2013

VIAJE A ÍTACA




     Alguna vez avisté la costa de Ítaca (casi la toqué con los dedos), y os puedo asegurar que querer adelantar el regreso es lo más terrible que le puede suceder a una persona. Pero cuando tu viaje te ha ennegrecido el alma, cuando crees que el amor te ha olvidado, cuando en tu viaje no has visitado ni una ciudad de Egipto, ni has comprado los perfumes que debías comprar y sólo has tenido la compañía de cíclopes y de Poseidón, el viaje se torna en amargo, lleno de marejadas y malos vientos.
 
 
      Cuando emprendí el viaje, que en principio era una hermosa aventura, no sabía nada de los cielos grises que amenazan los corazones, como si éstos pudieran influir en el camino. Nada más alejado de la verdad: la verdad es que cada una de la inclemencias del cielo perturban la paz de la travesía y del alma.

     Así, cuando recalas en un puerto maravilloso y hallas la felicidad y el amor infinito, sólo deseas realizar el viaje interminable junto al amor de tu vida.

     Hubiéramos podido tocar el coral, ver irisar la madreperla, oler los aromas más excitantes, recalar en Fenicia y admirar el arte de las vidas. Pero hay muchos caminos para llegar a Ítacas y decidimos recorrerlo por separado; supiste realizar el viaje y te despojaste de tu Poseidón, pero no era yo, era nuestra juventud. Tu barco entonces prosiguió el viaje, creyendo que los cielos siempre serían azules.

     El viaje era sencillo, libre de obstáculos, pero quizás demasiado rápido. No habías podido disfrutar en plenitud de los aires de las nuevas ciudades, el alma estaba en paz, pero la memoria se obstinaba en recordarte el aroma imposible que dejaste atrás. Y el viento, que es más rápido que la nave, te recuerda que estás haciendo un viaje incompleto. Suerte. Tienes que volver. Y vuelves. Como si a Homero no le hubiera gustado la estela de tu barco y tuvieras que reescribir otro viaje. Una suerte de realidad paralela.

     Poseidón, vengativo, te engaña y te hace creer que lo tenías todo. Y nada. El alma te avisa de una manera tan sutil, que a veces se confunde de alma, y de puerto, y de mar, y de miradas...

     Viras la nave suavemente porque el viento al pasar entre las rocas recita poemas de poetas antiguos y descubres en ellos otra manera de hacer el viaje.

     Porque el viaje, aunque era importante, no dejaba detenerte por mucho tiempo en algún puerto.
 
   
     Y yo estaba en un puerto con un navío y sin mar. Harto de caminos y sendas. De voluptuosidades baratas y de mañanas caras. Y en cada pecho reconocía el tuyo, en cada mirada veía tus ojos, concadacintura que se aproximaba a la mía, tu cintura me quemaba en el recuerdo. Cada cada copa derramadaen mis entrañas me alejaba de mi mar. Cada beso que no depositaba en tus labios, se perdía en la oscuridad de mi alma. Y la rabia, la condena, la oscuridad me aproximaban a Ítaca.
 
     Cuando Zeus nos separó, creyó haber reparado los errores del pasado: todo en su sitio; son distintos, son iguales, son. En realidad, son.
 
     Largo amarras, izo velas y me sitúo a barlovento. Vientos suaves, entremezclando el aroma nunca olvidado y en pos del viaje perfecto. El pelo encanecido, pero rebelde. Un último aliento para respirar la libertad escondida. Quizá escondida en Fenicia, quizás escondida en la conexión interrumpida de mis axones. No encadenas tu cuerpo, encadenas la idea de ti mismo a la percepción del fracaso de los fracasos. Y te dejas hacer porque no hay nadie que te manumite: pierdes, ganas y vuelves a perder.
 
     Pesa esta cadena y confías en que se disuelva con la espuma de mar de la roda de tu nave. Camino que haces con la esperanza de una tregua que te dé la vida. En el horizonte se dibuja la silueta de Kavafis, acompañado de listrigones, cíclopes y Poseidón. Y una pluma que te ponga en tu sitio y una espada que descabece el olvido.
 
     Ahora sí, ahora quieres que el viaje sea largo, pero no para ti, sino para anular la maldición de Zeus. Se dibuja una sonrisa en las almas; no temen, no lloran, no hay nostalgia, no hay pasado... Zeus está vencido.
 
     No más luchas interiores, no más tiempo malgastado, no más gente dubitativa, no más mediocridad, no más rebaño, no más sangre, no más sensatez, no más Ítacas. En realidad, odio a Ítaca porque es el fin de los sueños.