CAPÍTULO
III
Javier
sintió un pinchazo en su antebrazo y a continuación una sensación agradable que
le recorría las venas, esto era gracias al suero que acababan de inyectarle. Acto
seguido sintió sueño, mucho sueño…
Creía
que estaba viajando en un tren expreso por el continuo traqueteo y por los
acelerones y frenazos que movían su cuerpo a vaivenes. No le molestaba y
enseguida cerró los ojos.
La
ambulancia enfiló el puente y al final del mismo torció a la izquierda para
incorporarse a la “eme treinta”. A pocos metros por delante de la ambulancia que
transportaba a Javier, otra ambulancia hacía el mismo recorrido con el mismo
destino.
Destino
caprichoso: el Francés y Javier iban a volver a reencontrarse, pero esta vez en
distintas circunstancias. Las ambulancias iban escoltadas de varios coches
“zetas” y avanzaban a lo largo del Manzanares comiéndose prohibiciones y
semáforos en rojo. Ya habían sobrepasado el estadio del Atleti y ahora hacían
vibrar los cimientos del Puente de Toledo.
Con
una diferencia de escasos segundos, los vehículos de emergencias se plantaron
ante la puerta de urgencias del hospital: más rápido que los celadores fueron
los policías en situarse en las puertas traseras de los vehículos y abrirlas
para extraer a los atracadores. Los celadores tomaron el relevo y con grandes
voces mandaron a todo el personal que había salido a curiosear a retirarse de las
inmediaciones. Los policías, sin embargo, no dieron voces, simplemente
apartaron a toda la gente con una delicada rudeza (otra vez acariciaban las
porras).
Los
quirófanos preparados y los diagnósticos a punto: El Francés; “Herida
inciso-contusa en cara interna de la pierna izquierda (grupo bajo interno) con
descuelgue pedicular del flexor largo. Traumatismo cráneo encefálico con scalp y
hemorragia, no pérdida de masa encefálica. Salida traumática de la cabeza del
fémur sin rotura del rodete acetabular que produce desgarro de salida.
Múltiples contusiones con hemorragias intersticiales”. Javier; “Herida por arma
de fuego con orificio de entrada frontal en ángulo de noventa grados y salida
ascendente que interesa al intestino delgado con pérdida de quimo
alimenticio…”. Y para qué seguir: A punto estuvieron de palmarla los dos
atracadores de medio pelo.
Pero…no
la palmaron.
El
módulo de asistencia extrapenitenciaria del Hospital Doce de Octubre estaba a
rebosar. Dos presos que se habían “chinado” para salir y “cambiar de aires”
fueron devueltos a toriles, no sin protestar y berrear como dos energúmenos
yoncarras. De nada les sirvió, y finalmente se hizo efectiva la “reserva” en
sus respectivos chabolos de Carabanchel.
Javier
a la habitación-celda trescientos once; el Francés a la trescientos trece (¿Mal
número?). Cuatro maderos aburridos custodiaban las habitaciones y de allí no
entraba ni salía nadie sin el permiso de la poli.
No
había visitas, ni tele, ni radio, ni periódicos: nada que comunicase con el
exterior. La comida tenía mucho que envidiar a la de la cárcel, aunque a Javier
de momento no le iba a tocar el turno de degustar la carta de “delicatesen” del
hospital. En cambio, al Francés si le tocó comer mil quinientas calorías de
manjares para geriátricos y sus quejas –de todo punto razonables- sobre la
calidad de la comida no tardaron en cansar a los “ángeles custodios”
-Moromierda,
(otra vez moromierda) –dijo un madero- si vuelves a quejarte de la comida te
voy a hacer tragar tus mocos de la ostia que te voy a meter.
-Pero
señor guardia –respondió el Francés- pruebe usted mismo esta bazofia…
El
policía miraba la bandeja isotérmica e hizo un gesto nada disimulado de un asco
infinito, como si se tratara de comida para odiar comida.
Con
gesto paternal el poli bueno indicó al Francés que debía comerse toda la
comidita de la bandeja, que si no se iba a enfadar y le iba a dejar sin postre.
Traducción: “como me sigas dando el coñazo con la puta comida y no te la
tragues en cinco minutos, te voy a meter la porra por el culo y te lo voy a
dejar tan limpio que tus compis van a estar deseando pillarte tus limpios cagaos”.
El
Francés tardó dos escasos minutos en comer las delicias servidas. No se volvió
a quejar en toda su convalecencia y a partir de ahí, todos lo menús le supieron
a la gloria de Alá. Eso sí, miraba su culo con un recelo inusual.
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Los
días transcurrían y las heridas de los dos delincuentes se fueron cerrando. El
final de la etapa hospitalaria estaba tocando a su fin y la prisión preventiva
estaba a la vuelta de la esquina.
-Ha
tenido usted mucha suerte, -le dijo el médico a Javier- un gran porcentaje de
personas con este tipo de heridas mueren por infección. En su caso y debido a
su fortaleza, le ha permitido luchar y vencer a esta fea herida. Ahora
–continuó el doctor-, lo que tiene que hacer es tomar la medicación que le
vamos a prescribir y llevar una dieta sana: nada de picantes, nada de excesos
en las comidas ni en las cenas…
El
joven médico parecía que no sabía dónde estaba. La planta era un ir y venir de
policías, de clanes completos de gitanos, de individuos mal encarados y médicos
acojonados. Sin embargo, vio algo distinto en Javier y se atrevió a preguntarle
cómo había llegado hasta allí.
-¿Qué
has hecho para que estés en la planta de presos? –preguntó el doctor.
-Ya
ve…errores que cometemos…-contestó Javier.
-Pues
yo diría que más que un error, parece que te la han jugado. La bala que te
extrajimos corresponde al arma del compañero que tienes por aquí cerca. Esto me
lo ha contado un policía que tiene la lengua un poco larga –dijo el doctor.
-Lo
sé, pero quien más me interesa que sepa eso, es el juez cuando me lleven a
juicio.
-Desconozco
la pena que te puede caer, pero no va a ser corta. El resultado del golpe ha
sido desastroso y las consecuencias para ti, además del balazo en la barriga,
va a ser ingresar en Carabanchel por una buena temporada. Allí tu vida no va a
ser fácil, es probable que te vuelvas más delincuente de lo que en realidad
eres ahora. También es probable que te conviertas en un yonqui, en cuyo caso,
tu final va a ser la muerte. Así que chaval, lo tienes crudo, a no ser que te
portes bien y algún asistente social te incluya en algún programa de
reinserción y eso haga que te aparte del resto de tus futuros compañeros –le
explicó el médico.
-Quizá
podría trabajar o estudiar…
-Puede,
pero te va a ser difícil: te lo vas a tener que currar.
-No
puedo sacarme de la cabeza al Francés ¡Maldito hijo de puta!
-Ya
te advierto, si buscas venganza, encontrarás más años de cárcel.
-¡Me
quiso dar matarile! El muy cabrón… Me dijo que no iba a descansar hasta que la
diñara. Al final tendrá que ser o él o yo.
-Pues
entonces te recomiendo que entrenes tu cabeza y tus ideas, que estés despierto
aun cuando duermas, que te procures buenos compañeros, si es que eso es
posible, y que cuando estés preparado ejecutes tu venganza con inteligencia y
frialdad.
-A
todo esto, ¿por qué me cuenta usted todas estas cosas?
-Eres
joven, seguramente conociendo tanto de la vida como conoces, te falta lo más
importante por conocer: conocerte a ti mismo. Puede que también me hayas caído
simpático, el caso es que tenía la necesidad de aconsejarte.
-Todavía
no entiendo por qué me metí en este embolao. Sabía que fallaba algo, pero no lo
supe hasta que estábamos en el banco. El Francés, mi compañero –aclaró Javier-
era un tipo que me quiso levantar la cartera en el Rastro y le descubrí “in
fraganti” le di un par de leches y creo que ahí empezó a pensar en cómo
vengarse de mí. Él en ese momento trataba de zafarse de las ostias que le iba a
meter y me ofreció esta chapuza, pero está claro que lo que quería era ganar
tiempo y escaparse de la manera que fuera. Yo estaba sin un puto duro y pensé
que era una buena oportunidad para librarme de la miseria que me ha perseguido
toda mi puta vida. Con las “pelas” que sacara podría empezar de nuevo, en otra
ciudad, con otra gente…y ya ve, voy a empezar una nueva vida, pero no en el
sitio que esperaba, sino en el trullo.
-Puede
que esta sea la oportunidad que esperabas, aunque, como bien dices, de una
forma diferente.
-¿Sabe?
desde niño ando tirado por las calles de esta mierda de Madrid; pensiones de
mala muerte, piojos, sábanas con manchas que mejor no quiero ni saber de qué
son y escapadas de madrugada para no pagar la habitación. Estaba en un callejón
sin salida, incluso había pensado en pegarme unos cortes y a tomar por culo
esta puta mierda.
-Eso
es una posibilidad, pero a lo mejor tus opciones no se han acabado. Dime una
cosa ¿tienes o has tenido novia? –interrogó el doctor.
-Hace
años conocí a una chica. Nos enamoramos, pero todavía no sé por qué me dejo,
simplemente un día desapareció y no supe más de ella. Se llamaba Merche, era
menuda, alegre, muy simpática, muy inteligente, era una chica con una
personalidad arrolladora y con una belleza interior que me dejó tocado para
siempre. Hoy día, la recuerdo como si ayer mismo nos hubiéramos dado el último
beso, a veces creo que sigo enamorado de ella… ¿Por qué me pregunta esto?
-A
veces las mujeres nos salvan o nos destruyen, tienen la capacidad de sacarnos
lo mejor de nosotros mismos o de convertirnos en unos payasos de la vida
–respondió el médico.
-¿Quiere
decir que mi vida la ha marcado una mujer? Mi vida ha sido un desastre desde
que era un niño: la muerte de mi padre, la ruina, el abandono y la huida hacia
no se sabe dónde –Javier se interroga y se responde.
-Me
tengo que marchar, tengo que ver a más “clientes” –dijo el doctor-, pero te
diré algo: cuídate y si tu objetivo es la venganza procura no fallar, de lo
contrario lo único que yo podré hacer por ti es firmar tu certificado de
defunción. Ahora me acuerdo de algo que dijo algún personaje de la historia:
“El sabio no castiga por venganza de lo pasado, sino por remedio de lo
venidero”
-Gracias
por el consejo, lo tendré en cuenta, aunque debo confesarle ahora mismo que
tengo miedo, mucho miedo…