
Los marinos ingleses en esa época, son verdaderos profesionales que además están motivados y con ganas de sangre. Entre el cincuenta y sesenta por ciento de los marinos españoles son producto de levas de apenas una semana, incluso menos; sinvergüenzas, ladrones, asesinos…vamos, lo mejor de lo mejor. Y además, sin haber pisado un buque de guerra en su puta vida, ni falta que les hacía. El resto son marinos reconocidos –funcionarios-. Y ahora viene lo bueno: llevaban la mayoría seis meses sin cobrar. Algunos, como Curruca, tenían que dar clases de matemáticas para poder subsistir; otros, incluso pusieron dinero de su bolsillo para pintar su propio navío. El resto de la dotación profesional, más o menos lo mismo; malas pagas, que además llegan tarde, mala comida, mejor dicho, bazofia y un cabreo en aumento porque saben que al día siguiente, las campanas de Cádiz tocarán a difuntos. Y eso que se ahorra la hacienda española que, entre pagas y atrasos, es un pico.

¿Y a qué viene todo esto? Viene a que en dos mil trece, la situación política y económica –salvando las distancias- es parecida a la de nuestro más oscuro pasado: corrupción política, prebendas, gobierno que acata órdenes de otro país –supuestamente amigo, como Francia en el siglo diecinueve- , desempleo, desesperación, recortes salvajes a los funcionarios, tristeza, desesperanza… Y a todo esto, personas decentes que todavía trabajan más de lo que el deber les obliga, sacrificios para los que tenemos la suerte de tener trabajo todavía y el túnel al que no se le ve la luz. Y todo esto viene porque por muchos cojones que le echemos a la situación actual, los políticos no saben una mierda de combatir, de luchar día a día, de frustrar a tus hijos, de no poder dar a las familias un poco de tranquilidad para su futuro. No, ellos saben de medrar, de discursear demagógicamente -¿Como yo?-, de mandar a sus hijos al extranjero a estudiar –que estudiar en España no abre puertas, de inventarse sistemas educativos catastróficos –según como venga el viento, joder, siempre el viento-, de utilizar la visa oro de la hacienda española, de la comilona de a cuatrocientos euros por barba, de recortar sueldos ya de por sí famélicos.
La derrota de Trafalgar fue el producto de las irresponsabilidades de los políticos, del recorte económico a la Armada cuando en la época estábamos sometidos a las aspiraciones hegemónicas de Napoleón. Fue el producto de los pactos a espaldas de un país empobrecido, que todavía decía para sí que tenía una Armada Invencible, cuando en realidad lo que tenía era el miedo a que una revolución a la francesa despojara de sus posesiones a los mismos de siempre: la nobleza y el clero.
La derrota del “Trafalgar” que ahora mismo estamos viviendo y sufriendo, no es más que el resultado lógico de la cadena de decisiones fallidas e incompetentes que tenían por objeto esconder a los ciudadanos de este país –a veces país de mierda- la realidad que se avecinaba. El caso era durar un poco más en el sillón y chupar y que chuparan todos los sinvergüenzas.
A veces creo que la misma consanguinidad que destruyó a la Casa de Austria y que se infiltró en los borbones, contaminó a la clase política. Haciendo de éstos, los mismos subnormales en los que se convirtieron aquéllos.

Dedicado a los que no se rinden por conseguir sus sueños, por mucho corrupto que se empeñe en destruirlos. El mío, desde luego, no lo va a destruir nadie.
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